Kil'jaeden y el Pacto de las Sombras
Criptoglifos draenei.
Desde la eternidad de las
sombras, en el Torbellino del Vacío, Kil´jaeden el Embaucador observa con
perversa sonrisa un pequeño mundo que, inocente, flota en el espacio. El astuto
demonio está planeando su silenciosa invasión. Una invasión de las conciencias.
Kil'jaeden sabe que necesita despertar una nueva fuerza que destruya todo a su
paso antes de que la Legión ponga el primer pie sobre el mundo. Igual que
cientos de mundos antes, Draenor sería el siguiente objetivo de la Legión. Si
las razas mortales se veían obligadas a combatir en una nueva guerra, deberían
estar lo suficientemente débiles para resistir cuando la verdadera invasión
iniciara.
Kil´jaeden había descubierto el
pacífico mundo de Draenor, en la gran inmensidad de la oscuridad más allá. A diferencia
de los violentos métodos de Archimonde y Mannoroth, Kil’jaeden era más sagaz y
astuto, y prefería lograr la conquista de los mundos mediante el engaño. Su
método era sencillo: descubrir las ambiciones y bajos instintos de sus
víctimas, e inflamarlos para su beneficio.
Draenor estaba habitado por
varias razas tan distintas como impresionantes. Los draenei, una raza pacífica,
habían desarrollado una civilización culturalmente más adelantada que el resto,
con el descubrimiento de la agricultura y los rituales mortuorios. La otra
raza, los orcos, creían firmemente en los principios elementales de la
naturaleza, y su cultura se basaba en las enseñanzas del chamanismo, la cual
prodigaba la comunión estrecha con los espíritus de la naturaleza. Los orcos estaban
organizados en clanes, dirigidos por un jefe, que no es otro que el más fuerte
de todos los guerreros, y un chamán, quien desde su juventud ha sido entrenado
y educado por un maestro. Sus costumbres básicamente se basaban en la cacería y
tenían un amplio sentido del honor.
De las dos razas, Kil'jaeden
escogió a los fuertes guerreros orcos porque sus espíritus simplemente eran más
susceptibles al mal y la corrupción, y porque su biotipo favorecía la
brutalidad de la guerra. Dicen las historias, no podemos a ciencia cierta
saberlo, que el demonio habló al alma de un viejo chamán orco, llamado
Ner’zhul, y le prometió la eternidad y amplios poderes más allá de su
imaginación. Ambos hicieron un pacto de sangre. Bajo la dirección del astuto
chamán, el demonio inflamaría la guerra en el corazón de los clanes orcos. Con
el tiempo, la espiritual raza fue transformada en un pueblo sediento de sangre.
Se construyeron arenas para gladiadores, y los orcos comenzaron a cazar a los
draenei como si fueran animales. Solamente unos pocos draenei, bajo el mando de
uno de sus chamanes, Akama, habían logrado sobrevivir dentro de algunas cuevas.
Entonces, Kil'jaeden urgió a
Ner'zhul y a su pueblo de tomar el ultimo paso: entregarse enteramente a la
muerte y la guerra. Pero el viejo chamán, sintiendo que su gente sería
esclavizada para siempre, de algun modo se resistió a las órdenes del demonio.
Frustrado por la resistencia de
Ner'zhul, Kil'jaeden decidió buscar otro orco que llevara a su pueblo a las
manos de la Legión. El persistente demonio finalmente encontró el discípulo
ideal en el ambicioso aprendiz de Ner´zhul, Gul’dan. Kil'jaeden prometió a
Gul'dan poder ilimitado si le era obediente. El joven orco, sediento de poder,
se convirtió en un bravo estudiante de la magia diabólica, y se transformó en
el más poderoso brujo conocido en la historia. Guiando a otros jóvenes orcos a
olvidar las tradiciones chamanísticas y abrazar las artes mágicas, Gul´dan les
mostró una nuevo tipo de magia a sus hermanos, un terrible poder que los
llevaría a la perdición: la brujería y la nigromancia.
Kil'jaeden, viendo que su trampa
sobre los orcos había funcionado, ayudó a Gul'dan a fundar el Concejo de las
Sombras, una secta secreta que manipulaba a los clanes y extendería el uso de
la brujería en todo Draenor. Mientras más orcos practicaban las artes mágicas
de los brujos, los gentiles campos de Draenor se volvieron negros e infestados.
Con el tiempo, las vastas praderas de que fueron hogar de los orcos por
generaciones, se convirtieron en barro y aceite. Las energías demoníacas
lentamente habían matado al pequeño mundo
El Alzamiento de la Horda
Las historias de batallas y
victorias siempre son recordadas, y en el pasado, se han levantado líderes que
con cada asalto documentan el pasado. A pesar de ser líderes en guerra, estos
jefes han demostrado poca acción con las palabras escritas. “Thok contar
interesante historia. Ellos hicieron caer mi, pero mi bien. Mi encontrar muchas
cosas buenas para comer. Nosotros encontrar villa. Nosotros matarlos y comer su
comida. Thok detenerse ahora. Cabeza duele de escribir”. El hecho es que yo soy
mitad orca, con linaje draeneico, lo que combinado con las habilidades y las
enseñanzas que he adquirido durante mis viajes, me ha permitido adquirir este
elevado puesto. Como jefe de intérpretes del Concejo de las Sombras, el deber
de preservar los acontecimientos de nuestra conquista de este mundo y la
eventual cruzada en la nueva tierra, ha caído sobre mis hombros. Yo, Garona,
les escribo esta historia…
Nuestras reglas de vida son
sencillas: solamente el más fuerte sobrevive. Una decisiva victoria en batalla
eleva al comandante y a sus guerreros a un lugar de honor y control. Pero
mientras más alta la distinción, más dura la caída. Nuestro destino
concerniente a la dominación sobre estas tierras ha sido ampliamente predicho
por los místicos de los clanes por cientos de años. Muchas eras han pasado bajo
el asalto de nuestras fuerzas, causando dolor y oscuridad a nuestro paso.
Escondiéndonos en bosques o entre
las rocas que miran al mar, nuestros ejércitos han destruido la patética
resistencia que nuestros enemigos pueden ofrecer. Sus tropas mueren con cada
asalto y cubren los campos, porque nosotros no tomamos prisioneros. Usando los
poderes de nuestros brujos y nigromantes, ni siquiera el más poderoso de
nuestros rivales puede permanecer de pie ante nuestro asalto. Uno por uno
nuestros enemigos caen, y nosotros somos más fuertes con cada victoria. Con el
tiempo, subyugando a todo el que se oponga a nuestro poder, y esclavizando a
las razas más débiles para usarlas a nuestro placer, conquistamos a la
naturaleza y las criaturas, para alcanzar el pináculo de nuestro apogeo.
Sin embargo, los orcos se volvían
cada vez más agresivos bajo nuestro secreto control. Se construyeron masivas
arenas donde saciaban sus deseos guerreros en ensayos de combate a muerte.
Durante este periodo, unos pocos jefes de clanes hablaron en contra de la
creciente depravación de su raza. Uno de estos jefes, Durotan del Clan
FrostWolf, advirtió que los orcos se destruirían a si mismos en una orgía de
odio y furia. Sus palabras cayeron en oídos sordos, y jefes más fuertes como
Grom Hellscream del Clan Warsong se elevaron como campeones de una nueva era de
guerra y dominio. Pero las décadas de constantes luchas entre los clanes han
servido para dividir nuestra raza contra nosotros mismos. Algunas facciones
luchan por el dominio de los clanes. Sus insulsos argumentos se han vuelto un
conflicto armado, y han tornado a los clanes en una guerra interna por la
necesidad de destrucción que consume nuestra sangre. Si no existían tierras que
tomar a los enemigos, entonces tomábamos las de nuestros hermanos.
El único clan que ignoró estos
juegos de poder fueron los brujos. Recluidos en sus torres, ellos decían que un
peligro estaba presente. Aunque a los nigromantes complacían estas batallas
fraticidas que poblaban la tierra y el inframundo con ríos de sangre, los
brujos temían que ningún orco lograra sobrevivir. Ellos se ocupaban de mantener
el delicado balance que mantenía el control de sus poderes y se dedicaban a
trabajar en su magia. Para mantener este equilibrio, las hordas orcas
necesitarían de nuevas batallas contra un enemigo común. Fue durante este breve
periodo en que tuvimos noticia de la existencia de una pequeña hendidura
interdimensional. Muchos años han pasado los brujos estudiando estos misterios.
Son incontables los numerosos ensayos y pruebas para llegar a la conclusión de
que este fenómeno puede funcionar como un portal si logra ser dominado. Los
brujos orcos empezaron a experimentar en él, haciéndolo cada vez más estable.
Eventualmente, fueron hábiles de crear un pequeño portal, suficientemente
grande como para enviar a uno de sus clanes al otro lado.
Las historias con que estos
sujetos regresaron nos tenían casi convencidos de que la experiencia que habían
dejado atrás los había enloquecido, pero las extrañas y desconocidas plantas
que trajeron era evidencia segura de sus palabras. Esto motivó a la secta a
convocar a los líderes más poderosos de los divididos clanes y proponerles un
cese de la guerra por un año. Al final de este tiempo, la secta les prometió la
oportunidad de reunirse para atacar un nuevo mundo.
Al cabo de tres meses, se envió
un pequeño destacamento de tropas sobre el nuevo mundo. Un círculo azul de
energía, de la altura de dos orcos y medio, dibujado delicadamente sobre una
colina, fue del agrado de los jefes de los clanes. Siete guerreros entraron en
el portal y volvieron con reportes detallados de las tierras y las criaturas
que encontraron al otro lado. Conforme los brujos empezaron sus encantamientos
para agrandar el portal, un sonido empezó – lentamente al principio - a
escucharse como el aullido de un lobo negro durante una noche de una luna
sangrienta. Cuando el sonido era casi insoportable, los guerreros se colocaron
sobre el círculo, ahora vivo con miles de colores brillando en una danza
cósmica…
El saqueo de la villa fue muy
simple, es más difícil narrarlo. Un grupo de extraños e indefensos edificios
fue el primer signo de que una verdadera oposición no sería encontrada. El
cielo es luminoso y el sol de este mundo se eleva sobre las colinas. Es un
disco amarillo luminoso dos veces más brillante que el nuestro, y hace los días
extremadamente calientes. Ser una pequeña rata debe ser mucho más que
pertenecer a la raza que domina este mundo. Pequeños, rosados y con músculos
flácidos son estas criaturas. Los guerreros discuten entre ellos que, si estos
son los defensores de este mundo, la victoria era solamente cosa de momentos.
Saliendo de sus escondites, atacaron la villa y asesinaron todo lo que
encontraron a su paso. Los hombres ofrecieron alguna resistencia, pero las
mujeres y los niños fueron fáciles de matar. Sus casas tenían pocas cosas de
valor, pero estaban repletas de grano fresco, y además mostraron ser excelentes
para dar de comer a las antorchas. Este nuevo mundo, vasto y extenso, con
débiles protectores, probó ser una joya para adherir a la corona de los orcos.
Con el tiempo, hemos aprendido
mucho de este nuevo dominio, y de quienes los habitan. Aunque son difíciles de
entender en muchas formas, ellos han probado tener algunas similitudes con nosotros.
Un golpe fuerte en la cabeza resulta mortal. Sin comida se extinguen. El dolor
les afecta en la misma forma que a nuestros enemigos, y ha demostrado ser
efectivo para obtener información. El nombre de este lugar es Azeroth, y sus
habitantes son llamados “humanos”. Con el tiempo, más y más guerreros han
cruzado el portal hacia Azeroth. Algunos han llamado a tomar el castillo cercano
a la villa que destruimos, pero la presencia de unos seres de piel plateada y
metálica llamados “caballeros” ha demostrado tener mayor resistencia a nuestros
asaltos. Muchos han llamado a cerrar el portal, mientras que otras facciones
pugnaban por hacer un ataque contra los humanos con todas nuestras fuerzas.
Los clanes orcos estaban listos,
pero se necesitaba una última prueba de lealtad ante nuestros oscuros amos. En
secreto, el Concejo de las Sombras invocó a Mannoroth el Destructor, un poderoso
demonio que encarna la destrucción y la ira. Nuestro gran líder brujo, Gul'dan,
llamó a los jefes de los clanes y los convenció de beber la ira de la sangre de
Mannoroth, con lo que se volverían invencibles. Liderados por Grom Hellscream,
todos los jefes, excepto Durotan, bebieron y se convirtieron en esclavos de la
Legión Ardiente. Con el poder de la ira de Mannoroth, los jefes extendieron su
subyugación a sus hermanos. Han pasado 15 años desde que esta costosa decisión
alteró el curso de nuestro destino.
Consumidos por la maldición de su
nueva sed de sangre, los orcos descargaron su furia contra todos los que se
interpusieron en su camino. Sintiendo que su tiempo estaba cerca, Gul'dan unió
a los clanes guerreros en una simple e imparable HORDA. Sin embargo, era
conocido que varios jefes lucharían por la supremacía. Dentro de este caos,
surgió un orco que con astucia se ha atraído algunos seguidores. Con
carismáticas manipulaciones y el uso de palabras adecuadas ha hecho su voz más
fuerte conforme el tiempo pasa. Después de deshacerse de sus oponentes, pocos
pueden ofrecer oposición a sus planes, y la ley del Señor de la Guerra
Blackhand el Destructor, líder del clan Blackrock, cayó sobre nuestra gente. Su
crueldad y dominio en la batalla es solo superado por sus ansias de poder. Ha
estudiado que los principios por los que se rigen las estrategias de los
ejércitos humanos pueden ser derrotados. La culminación de sus planes envuelve
la unificación de todos los clanes y ejércitos orcos, brujos y nigromantes en
la eventual destrucción de la raza humana.
La Horda está lista. Los orcos
serán el gran arma de la Legión Ardiente. La Edad del Caos había llegado
finalmente.
El Concejo de las Sombras
Como una fuerza elemental del
caos y de la destrucción atravesamos como rayos las tierras de los Draenei
devastando todo lo que nos encontrábamos al paso. No perdonamos una sola vida.
Ningún edificio quedó en pie. Las únicas muestras de su existencia eran los
campos empapados en sangre en que habían trabajado durante casi cinco mil años
y el olor rancio y acre de las enormes hogueras victoriosas que acabaron con
esos cuerpos jóvenes. Los Draenei eran tan débiles, que apenas merecían el
esfuerzo de nuestra batida. Pero, en el fondo, incluso victorias tan simples
como ésta sirven para poner en su sitio a los inferiores…
Siempre ha sido así entre los de
mi clase. Los poderosos pueden manipular fácilmente los instintos salvajes y
brutales de las masas. El poder es la verdadera fuerza que dirige la gran
máquina destructiva de la Horda. Aquellos que se creen en posesión de esta
fuerza rodean a sus clanes con estandartes de violencia. Aunque sin un enemigo
común, incluso los líderes de los clanes orcos se vuelven ciegamente unos
contra otros. El hambre de destrucción prevalece entre los locos que dirigen la
Horda; el poder y sólo el poder es lo único que se respeta sobre todas las
cosas.
Yo soy Gul'dan, el más grande de
todos los brujos e iniciado en el séptimo círculo del Concejo Interior de las
Sombras. Nadie conoce como yo la oscura fascinación del poder definitivo.
En lo que se supone mi juventud,
estudié las magias orcas con el chamán tribal de mi clan. Mi talento natural
para encauzar las energías negativas y frías de la infla-dimensión oscura me
situó de forma notable por delante del otros aprendices y sé que incluso
Ner’zhul, el más grande de mis maestros, sintió celos de mí cuando mis
habilidades crecieron.
Mis aspiraciones fueron creciendo
por encima de las de mis semejantes y maestros, ya que sabía que su visión
estaba limitada por su devoción al avance de la Horda. A mi no me importaba en
absoluto ni la Horda ni sus insignificantes dirigentes. No me importaba lo más
mínimo este mundo que dominábamos por completo. Tan sólo tenía en mente la
oportunidad de comprender los misterios laberínticos de la Gran oscuridad.
Había comenzado a explorar en secreto las energías mucho más allá de lo que
cualquiera de mis maestros podría comprender jamás. Fue entonces cuando
descubrí la existencia de un inmenso poder: el demonio Kil’jaeden Me admiraba
su furia sin corazón. Presenciar esta energía tan asombrosa era como ser
engullido por un todo. En las fugaces y febriles pesadillas que me provocó,
toqué la esencia de lo que había en el Más Allá. Se formó dentro de mí un ansia
insondable, el deseo de manejar la furia de las etéreas tormentas y salir ileso
del corazón yaciente de los soles.
Bajo la tutela de Kil’jaeden, me
di cuenta de lo limitado que había sido mi entendimiento. Se me revelaron
historias inimaginables de antiguas razas de demonios y dimensiones mágicas
esenciales. Comprendí que existían mundos infinitos, dispersos en la oscuridad
más allá del cielo, mundos hacia los que dirigiría a la Horda como sólo alguien
de mi talento podía hacerlo. Aunque permanecí con mi gente en el mundo oscuro y
rojo de los Draenei, pronto aprendí a proyectarme hacia las profundidades de la
infla-dimensión oscura, volviéndome casi loco por el caos susurrante que
contiene. Aunque podía significar mi muerte, me sentía irresistiblemente
atraído a continuar con mi estado hasta que finalmente desligado de mi
existencia corpórea, comprendí los susurros. Fue entonces cuando hablé por
primera vez con los muertos…
La devoción a los ancestros ha
sido durante mucho tiempo el corazón de la religión orca. Casi toda la Horda
creía que nuestros ancestros muertos nos observaban y guiaban desde las
profundidades de algún reino perdido del caos. Yo pensaba que esta noción era
sólo un producto del ritual y no de la realidad. En el interior de la
infla-dimensión oscura descubrí que los espíritus de los muertos permanecían
flotando en vientos astrales entre dos mundos. Entendí que vigilaban en
silencio y por siempre a los clanes con la esperanza de encontrar algún medio
de escape de ese tormento sin vida. Supe entonces que esos espíritus de la
muerte podrían ser una herramienta muy útil para aquél que los sometiese a su
voluntad.
Los años pasaron. Mi aprendizaje
bajo Kil’jaeden me permitió convertirme en un de los brujos más poderosos de
los últimos tiempos y era respetado como líder en la Horda, pero como siempre,
empezaron a surgir tensiones entre los clanes. La destrucción de los Draenei no
dejó nada con que alimentar a la gran bestia de la guerra. Después de siglos de
violencia y guerras, habíamos conquistado finalmente todo nuestro mundo. Sin
ningún enemigo más que aplastar y sin tierras que conquistar, los clanes
cayeron en un estado de total anarquía. Disputas sin importancia entre los
clanes terminaron en batallas en campo abierto y a derramamientos de sangre
masivos. Aquellos líderes que intentaban asumir la posición de señores eran
asesinados por las legiones hambrientas de la despiadada Horda. Supe que era el
momento de reclamar el manto de poder que durante tanto tiempo se me había
negado.
Pronto reuní a los pocos brujos
que habían mostrado una chispa de pasión y habían intentado acabar con las
insignificantes peleas entre clanes. Les enseñé el significado de la muerte,
guiándolos en rituales secretos y enseñándolos a comunicarse con los espíritus
de la infla-dimensión oscura. Aquellos que fueron incapaces de canalizar la
energía fueron destruidos. Tiempo después se forjó un pacto entre los miembros
de nuestro círculo y aquellos espíritus oscuros cuya energía habíamos aprendido
a invocar. Utilizaría mi posición entre los brujos para moldear los pensamientos
de otros mientras que, cubiertos por un velo de secreto, ellos serían inmunes a
los caprichos de las masas sedientas de sangre. Y fue así como se creo el
Consejo de las Sombras.
Pocos meses después, el Consejo
de las Sombras tenía en sus manos todos los asuntos políticos de importancia
dentro de la Horda. No ocurría nada en la Horda de lo que no estuviésemos al
tanto y muchos acontecimientos tuvieron lugar por designio nuestro, realizados
con tal astucia que ni los líderes de los clanes se daban cuenta de nuestras
manipulaciones. Antes de medio año, habíamos asumido casi todo el control de
los asuntos internos de la Horda. Pero más allá de nuestras secretas
maquinaciones surgía amenazante la silenciosa y ominosa sombra del demonio
Kil’jaeden.
Con la intención de ampliar
nuestros recursos mágicos abrí una escuela de disciplinas mágicas que se
conoció como Nigromancia. Comenzamos a entrenar a jóvenes brujos en los
misterios arcanos de la vida y la muerte. De nuevo y con el tiempo, bajo la
mirada del demonio Kil’jaeden, estos nuevos necrólitas adquirieron, tras
indagar en las artes oscuras, el poder para animar y controlar los cuerpos de
muertos recientes. Cada victoria, cada éxito, me conducía a un vacío que no
podía llenar. Empecé a darme cuenta que el Consejo de las Sombras sólo servía
para mis propósitos hasta cierto punto y que si quería convertirme en el
verdadero heraldo de nuestro destino; necesitaría un poder aún mayor.
Los maestros de las fuerzas: Medivh y Blackhand
Las cosas iban bien dentro de la
Horda. Aunque el Consejo de las Sombras pacificaba los clanes guerreros con la
promesa de escapar del mundo de los muertos, sabía que este nuevo orden, como
había ocurrido con la guerra contra los Draenei, sólo supondría un breve
respiro si no encontrábamos nuevas tierras que conquistar. Mis pensamientos al
respecto fueron interrumpidos una noche a altas horas cuando fui sorprendido
por unos gritos que venían de la Torre de los brujos. Cuando llegué encontré a
muchos aprendices sumidos en un profundo trance, sus rostros estaban desfigurados
por máscaras de dolor. Los brujos, a quienes interrogué, sólo pudieron decirme
que habían sentido una presencia inexplicable en sus sueños. Regresé a mi
fortaleza intrigado profundamente; fuera lo que fuese, lo que había contactado
con los brujos no había intentado alcanzarme.
Busqué el consejo de Kil’jaeden
sobre esta presencia. También él había sido alcanzado por esta energía, una
energía que estaba más allá de cualquier experiencia que hubiese experimentado
antes. Ya fuese porque la imagen de la fuerza era tan asombrosa que incluso
podía asustar a este peligroso demonio o sólo por mi propia aprensión, me
adentré sin ningún objetivo en la infla-dimensión oscura durante lo que me
pareció una eternidad.
Fue durante este vuelo febril
cuando la presencia entró finalmente en contacto conmigo. Irradiaba una energía
impensable, pero carecía del frío control que ostentaba Kil’jaeden. Mis
sentidos parecían haber dominado el temor que me había rodeado y empecé a razonar
y a hacer cálculos. Sabía que si podía adivinar los deseos de esta fuerza, a
pesar de su poder, podría utilizarla para mis propios fines. La presencia se
presentó como Medivh, un hechicero de un mundo lejano y distante. No nos
comunicamos mediante palabras sino mentalmente. Su mente parecía no estar atada
a nada, pero sus pensamientos se movían tan rápidamente que era muy difícil
aprender nada de él. Sabía que mientras tanto me estaba probando y cada vez
conocía mejor a los orcos y nuestra magia. Nunca podría aprender de él lo que
él de mí, así que rompí pronto el contacto.
Busqué el consejo de Kil’jaeden,
pero rehusó a contestar a mis preguntas. De alguna forma comprendí que había
abandonado a sus discípulos porque estaba asustado del tal Medivh. Empecé a
dudar de nuevo de mis habilidades. ¿Podía yo contener a un ser que podía
intimidar a mi propio maestro? Seguí aventurándome en el interior de la
infla-dimensión oscura durante varias semanas para olvidarme de todos los
acontecimientos que me habían hecho dudar de mí. Entonces, una noche, Medivh se
me apareció en sueños…
“Me temes porque no puedes
comprenderme. Conoce mi mundo y entenderás tu miedo. Entonces no me temerás
más”
No tenía poder para resistir lo
que vino después:
…enormes páramos… …pantanos
oscuros, hirvientes de vida… …campos interminables de hierba esmeralda…
…bosques de árboles gigantescos… …tierras agrícolas con ricas cosechas… …pueblos
de gente orgullosa y fuerte…
Las imágenes pasaban una tras
otra, demasiado rápidas para poder comprenderlas. Y entonces… algo. Una imagen
rápida despertó un ansia dentro de mi alma…
…enterrado en las profundidades
del océano, en la oscuridad y hecho pedazos, pero respirando aún… …todavía con
sangre de la misma tierra corriendo por sus venas… …una antigua energía…
…milenaria y terrible…
Me desperté. Y mi conciencia supo
que todo el sueño había sido real. Medivh me había mostrado las maravillas de
su mundo, sabiendo que la Horda no se quedaría tranquila hasta que ese mundo
fuese nuestro…
Me reuní con los miembros del
Consejo de las Sombras para hablar de las visiones que había tenido. Aunque se
debatió mucho sobre las verdaderas intenciones de Medivh, informé al Consejo
que pronto dispondríamos de una forma de escapar de nuestro mundo. Buscaría la
ayuda de Medivh para encontrar una forma de llegar a su mundo y entonces
subyugaríamos su raza tal y como habíamos hecho con todas las demás que se
habían interpuesto en nuestro camino. Aunque se había aparecido a muchos brujos
con esas imágenes de un mundo nuevo y fértil acordamos mantener este enigmático
mensaje en secreto. Aquellos brujos que no estaban en el Consejo y que habían
tenido las visiones fueron asesinados, ya que si el secreto se hacía público
antes de que estuviesen listos los preparativos, la Horda se dividiría. Pasaron
semanas sin saber de Medivh. Mis intentos de contactar con él no dieron
resultado. Era como si hubiese eliminado todo rastro de sí mismo en la
infla-dimensión oscura. Algunos miembros del Consejo abandonaron toda esperanza
en el regreso del hechicero.
…Entonces apareció la grieta…
Pasó mucho tiempo antes de que la
grieta fuese lo suficientemente grande como para enviar un gran número de
orcos. Los primeros exploradores regresaron casi locos por completo por lo que
habían visto. Estos primeros fracasos no nos detuvieron, y tras posteriores
expediciones quedó confirmado que el mundo que se abría tras la grieta era
similar al retratado en nuestras visiones. Combinando los poderes de los brujos
de los clanes con los del Consejo de las Sombras, conseguimos ampliar la
misteriosa grieta hasta crear un portal. Enviamos a numerosos orcos a esa
tierra desconocida a través del portal y se construyó rápidamente un puesto
fronterizo al otro lado. Se encomendó a los exploradores orcos que inspeccionaran
los alrededores.
Los agentes del Consejo de la
sombra informaron que los habitantes de ese mundo se llamaban humanos y que sus
tierras se conocían por Azeroth. Descubrimos que esos humanos eran una raza
débil que cultivaban las tierras y vivían pacíficamente. Temí que no fueran un
desafío mayor que los Draenei, y que no aplacaran el hambre de la máquina de
guerra orca por mucho tiempo. Los líderes de los clanes, fueron dominados
rápidamente por su ansia de sangre y guerra y estuvieron de acuerdo en que
había llegado la hora de dejar este mundo agonizante y reclamar los dominios de
Azeroth.
Mientras el Consejo de las
Sombras vigilaba de cerca los trabajos de la Horda, las masas veían a los
líderes de sus clanes como grandes comandantes. Entre ellos sobresalían dos,
respetados y temidos por todos los clanes, Cho’gall, ogro del clan Twilight
Hammer y miembro del Concejo de las Sombras, y Kilrogg Ojo Tuerto, del clan del
Bleeding Hollow. Se esperaba que estos poderosos líderes dirigieran a la Horda a
una rápida y salvaje victoria sobre los humanos. Así, mientras la Horda se
trasladaba a Azeroth a través de la grieta, Cho’gall y Kilrogg comenzaron a
planear su estrategia contra la fortaleza humana de Stormwind.
El ataque a Stormwind fue
catastrófico. Nuestro ejército, que no esperaba encontrarse mucha resistencia,
atacó precipitadamente la fortaleza enemiga. Sorprendentemente, los soldados
humanos mantuvieron a raya a nuestras fuerzas. Entonces sus indisciplinados
guerreros montaron vigorosas bestias arrasando a nuestras tropas y forzándolas
a retroceder hasta las ciénagas que había junto al puesto fronterizo, donde
estaba el portal; sólo invocando un manto de niebla de la sombra fueron capaces
de escapar. Esta decisiva y humillante derrota sembró el caos en la Horda.
Cho’gall y Kilrogg se culpaban el uno al otro y los orcos se dividieron
rápidamente en dos bandos, cada uno apoyando a un líder. El Consejo de las
Sombras buscó desesperadamente un remedio a la violencia que iba a desatarse,
pero la inestable naturaleza de los orcos hizo difícil apelar a la razón o a la
sabiduría. Me di cuenta de que la Horda necesitaba un líder fuerte que pudiera
unificar los clanes bajo su control y mantenerlos a raya. Fue entonces cuando
oí hablar por primera vez de Blackhand el Destructor.
Blackhand, líder del joven clan
de los Blackrock y guerrero del ejército de Sythegore, era respetado por la
mayoría de los orcos de la Horda y más importante aún, era extremadamente
codicioso, por lo que se le podía sobornar fácilmente. Con la ayuda del Consejo
de las Sombras puse al ávido Blackhand en el trono como Señor de la Guerra, y
hay que reconocer que fue un dictador despiadado que supo ganarse el respeto y
el temor de sus guerreros. Mientras la Horda se recobraba bajo su mando y los
demás líderes consentían ser controlados por él, era yo el que dirigía todo
sobornando y chantajeando a Blackhand.
Con la ascensión de Blackhand a
Señor de la Guerra, el orden se restauró en la Horda y el semblante de Medivh
me visitó de nuevo. Parecía controlar mejor sus poderes, pero no su mente.
Medivh me ofreció toda clase de tesoros y baratijas para que la Horda destruyera
el reino de Azeroth y le convirtiese en jefe de los habitantes que
sobreviviesen. Le aseguré que su mundo sería nuestro en cuanto quisiésemos y
que no tenía nada que pudiese inducir a la Horda a seguir sus indicaciones. Con
una mueca de desprecio en su rostro me mostró la imagen de una antigua tumba en
la que estaba grabado el nombre del Señor de los infiernos, Sargeras. ¡La tumba
de Sargeras! ¡El Señor de los infiernos que había instruido a mi propio mentor,
Kil’jaeden, estaba encerrado es ese minúsculo y patético mundo! El destino me
había elegido a mí y había puesto una mano sobre mi hombro. Kil’jaeden me había
dicho que esa tumba perdida contenía el poder absoluto, el suficiente para que
el que pudiese controlarlo se convirtiese en un semidiós. Medivh me prometió
que me daría la localización de la tumba si la Horda destruía a sus enemigos… Y
empezó la guerra contra el reino de Azeroth.
La primera guerra de la ascensión de los orcos
Nos quedamos con las tierras de
Azeroth y arrasamos a todos los humanos con los que nos encontramos. Mi asesina
privada, la semi-orca Garona, ejecutó al rey Llane, líder de Azeroth, y me
trajo su corazón. Aunque la Horda dominaba Azeroth y a los patéticos gusanos
que lo defendían, mis planes se encontraron con grandes impedimentos.
Un pequeño grupo de guerreros
humanos había irrumpido en la torre de Medivh y entablado combate abierto con
el loco hechicero. Mientras su cuerpo estaba siendo atravesado y despedazado
por las espadas de Azeroth, Medivh empezó a transmitir ondas traumáticas por el
plano astral que hicieron añicos con facilidad mis formidables defensas.
Intenté llegar a la mente del hechicero y robarle la localización de la tumba,
pero no pude hacerme con ella. Medivh fue asesinado por los habitantes de
Azeroth en ese momento y, al estar dentro de su mente en el instante de su
muerte temporal, sufrí una sacudida psíquica y entré en estado catatónico.
Dormí durante semanas como si
estuviese muerto, celosamente protegido por mis brujos fieles. Cuando
finalmente me levanté, me informaron de los cambios que habían tenido lugar en
las altas esferas de la Horda. Blackhand había sido asesinado. Sin mis magias y
mi consejo para ayudarle, Blackhand cayó preso de un ataque sorpresa organizado
por uno de sus generales más poderosos y de su mayor confianza, Orgrim
Doomhammer. Orgrim consolidó rápidamente su poder dentro de la Horda,
justificando el asesinato de Blackhand con falsos testimonios que le ayudaron a
afirmar la incompetencia del Destructor como Señor de la Guerra.
Parecía que los designios del
destino me habían asestado un duro golpe. Orgrim se propuso destapar las
maquinaciones internas de la Horda, sin dejar piedra sin remover. Con el
tiempo, sus espías capturaron a mi sirviente Garona y tras una intensa tortura,
reveló agónica la existencia y localización del Consejo de las Sombras. Resultó
ser más débil de lo que esperaba.
Al sospechar que el Consejo de
las Sombras era una amenaza para el control de la Horda, Doomhammer dirigió a
sus jinetes de lobos en un ataque sorpresa contra mi fortín cerca de las ruinas
de la fortaleza de Stormwind. El asalto de Orgrim nos cogió desprevenidos, por
lo que mantuvimos alejada a la Horda sólo hasta que duró la magia. Como no
teníamos tiempo de reponer o completar las energías, caímos ante la furia de
Orgrim, que se alzó victorioso. Los supervivientes fueron tachados de traidores
a la Horda y las ejecuciones públicas debilitaron mucho mi posición, fortaleciendo
la suya…
Me llevaron ante Orgrim y me
interrogaron largamente sobre mi participación en el Consejo de las Sombras.
Como estaba muy debilitado por la sacudida de la muerte de Medivh y por las
energías que había gastado durante la batalla, me di cuenta de que no podía ni
amenazar ni dañar al Señor de la Guerra. Orgrim me dejó claro que la Horda
estaba bajo su control y que él no era tan fácil de dominar como su antecesor.
El brillo en sus ojos y el acero de su cinto me revelaron sus intenciones, pero
no podía derrotarme tan fácilmente. Mientras levantaba su mano le recordé que
con la muerte de los brujos yo era el último hechicero verdadero dentro de la
Horda. Orgrim, imprudente tras la victoria, pensó que tal vez podía serle útil
y accedió a dejarme con vida, debido a su magnánima gracia. Me prometí en
silencio que un día se llevaría esas palabras a la tumba.
Aunque sus sospechas hacia mí
nunca desaparecieron del todo, logré convencerle de que los guerreros estaban
intentando unirse a los hijos de Blackhand con la idea de revelarse contra él.
Aunque esto era falso, Orgrim ya sospechaba de Rend y Maim, así que desmanteló
a los jinetes de lobos, enviándolos a diversas secciones de las fuerzas orcas.
Para demostrarle mi “lealtad” hacia Orgrim y la Horda, le prometí crear una
hueste de jinetes inmortales que le fueran completamente leales. Aunque
Doomhammer no confiaba del todo en mí, la idea lo atrajo lo suficiente y me permitió
recluirme para crear la nueva legión.
Incluso con la ayuda de mis
nigromantes, fracasé repetidamente en el intento de conseguir esa fuerza
inmortal. Fallos y debilidades fueron todo lo que esos subordinados podían
ofrecerme hasta que sentí que, aunque sus espíritus eran poderosos, su carne
era débil. Los convoqué en una gran construcción de madera de hierro y raíces
negras donde mediante magia negra me apoderé de las vidas de cada uno de ellos.
En el sangriento despertar de sus ejecuciones, los nigromantes fueron mi
creación perfecta de sirvientes inmortales.
Utilizando los pocos recursos que
aún controlaba dentro de la Horda conseguí muchos de los cuerpos de los
caballeros de Azeroth que llevaban ya tiempo muertos. En estas formas
retorcidas y decadentes instalé la esencia de los miembros más poderosos del
Consejo de las Sombras, que estaban deseando regresar al plano mortal para
causar estragos y desatar el terror una vez más. Proporcioné a cada uno de los
jinetes oscuros una vara enjoyada para que pudieran concentrar mejor los
poderes infraterrenales que esgrimirían. En el interior de esas joyas anidaban
la magia esencial y la nigromancia de los nigromantes recientemente asesinados.
Así nacieron los Caballeros de la Muerte.
Orgrim Doomhammer estaba
complacido con esos Caballeros de la Muerte, ya que aunque los espíritus del
Consejo de la sombra me eran leales fingieron aliarse con el Señor de la
Guerra. Orgrim estaba muy satisfecho con el resultado y me permitió continuar
con mis propios asuntos.
Seré paciente y esperaré el
momento oportuno, pretenderé ser un siervo fiel hasta que llegue la hora de
enseñarle a ese presuntuoso y alborotador advenedizo quién es el más grande de
los dos. Mi intención de descubrir la Tumba de Sargeras sigue en pie. Me he
reunido con el clan de los Stormreaver para que me apoyen cuando llegue la hora
de que Orgrim pague por sus insolentes crímenes contra mí…
Ese día está cerca y Doomhammer
no sabe qué clase de terrores le aguardan,
…pues yo soy Gul’dan…
Soy la Oscuridad encarnada...
No seré repudiado.
Fuente: http://es.worldofwarcraft.wikia.com/wiki/Historia_de_Warcraft