Los titanes y la formación del universo
Nadie sabe cómo comenzó
exactamente el universo. Algunos teorizan que una explosión cósmica
catastrófica envió a los infinitos mundos a la inmensidad de la Gran Oscuridad;
mundos que un día serían el hogar de una maravillosa y terrible diversidad de
formas de vida. Otros creen que una única entidad todopoderosa creó el universo.
Aunque los orígenes exactos del caótico universo son inciertos, es seguro que
una raza de seres poderosos se alzó para traer estabilidad a los distintos
mundos y asegurar un futuro seguro para los seres que seguirían sus huellas.
Los titanes, colosales dioses de piel metálica de los lejanos confines del
cosmos, exploraron el recién nacido universo y se pusieron a trabajar en los
mundos que encontraron. Dieron forma a los mundos levantando grandes montañas y
excavando profundos océanos. Respiraron y dieron vida a cielos y furiosas
atmósferas. Todo fue parte de su plan insondable y a largo plazo para crear
orden a partir del caos. Llegaron incluso a dar poder a razas primitivas para
cuidar sus obras y mantener la integridad de sus respectivos mundos. Gobernados
por una secta de élite conocida como el Panteón, los titanes pusieron orden en
cien millones de mundos repartidos a lo largo de la Gran Oscuridad del Más Allá
durante las primeras eras de la creación. El benevolente Panteón, que buscaba
salvaguardar a estos mundos estructurados, siempre estuvo atento ante la
amenaza de los ataques de las viles entidades extradimensionales del Vacío
Abisal. El Vacío, una dimensión etérea de magias caóticas que conecta la
miríada de mundos del universo, era el hogar de un número infinito de seres
demoníacos maléficos cuyo único deseo era destruir la vida y devorar las
energías del universo vivo. Incapaces de concebir cualquier mal o perversidad
en cualquier forma, los titanes lucharon por encontrar una forma de acabar con
la constante amenaza de los demonios.
Sargeras y la traición
Con el tiempo, seres demoníacos
lograron entrar en los mundos de los titanes desde El Vacío Abisal y el Panteón
eligió a Sargeras, su guerrero más destacado, para combatir en primera línea.
Noble gigante de bronce fundido, Sargeras desempeñó su papel durante
incontables milenios, buscando y destruyendo a los demonios allí por donde iba.
Durante millones de años, Sargeras se enfrentó a dos poderosas razas
demoníacas, las cuales se habían propuesto obtener el poder y el dominio sobre
el universo físico.
Los Eredar, una raza insidiosa de
malignos hechiceros, utilizó la brujería para invadir y dominar diversos
mundos. Las razas autóctonas de estos planetas experimentaron mutaciones causadas
por los malignos poderes de los Eredar y se convirtieron en demonios.
Si bien los poderes casi
ilimitados de Sargeras fueron más que suficientes para derrotar a los malvados
Eredar, tuvo grandes problemas generados por la corrupción de las criaturas y
al mal que todo lo consume. Incapaz de comprender tanta depravación, el gran
titán cayó en una amarga depresión. A pesar de su creciente malestar, Sargeras
liberó al universo de la presencia de los brujos, recluyéndolos en un rincón de
El Vacío Abisal.
Mientras su confusión y tristeza
crecían, Sargeras se vio obligado a luchar contra otro intento del grupo de perturbar
el orden de los titanes: los Nathrezim. Esta raza oscura de demonios vampíricos
(también conocidos como señores del terror), conquistó varios planetas densamente
poblados, poseyendo a sus habitantes y convirtiéndolos en sombras.
Los nefastos e intrigantes
señores del terror enfrentaron a todas las naciones entre sí, manipulándolas
hasta el odio irreflexivo y la desconfianza. Sargeras derrotó a los Nathrezim
fácilmente, pero su corrupción lo afectó profundamente.
Puesto que la duda y la
desesperación ensombrecieron los sentidos de Sargeras, perdió toda la fe no
solo en su misión, sino también en la visión que los titanes tenían de un
universo ordenado. Finalmente, llegó a creer que el concepto de orden era una
locura, y que el caos y la depravación eran los valores absolutos del oscuro y
solitario universo.
Sus compañeros titanes intentaron
persuadirlo de su error y apaciguar su trastorno, pero él no creyó en las
afirmaciones optimistas de los titanes, considerándolas engaños y artimañas interesadas.
Abandonando a sus compañeros para siempre, Sargeras partió en busca de su
propio lugar en el universo. Si bien el Panteón lamentaba su partida, los
titanes no podían imaginar hasta dónde llegaría su hermano extraviado.
Cuando la locura de Sargeras
había consumido los últimos vestigios de su valiente espíritu, llegó a creer
que los propios titanes eran los responsables del error de la creación.
Finalmente, decidió cambiar las cosas en todo el universo, creando un ejército
imparable capaz de destruir todo el universo físico.
Incluso la forma titánica de
Sargeras experimentó una deformación ocasionada por la corrupción que había
poseído su otrora noble corazón. Sus ojos, sus cabellos y su barba desprendían
fuego, y su piel color bronce se cuarteó, revelando un manantial de furia
abrasadora.
En su ira, Sargeras echó abajo
las prisiones de los Eredar y los Nathrezim, liberando a los repugnantes
demonios. Estas malvadas criaturas se inclinaban ante la inconmensurable furia
del titán oscuro y ofrecieron servirle de todas las formas posibles. Entre las
filas de los poderosos Eredar, Sargeras eligió a dos campeones para dirigir a
su demoníaco ejército de destrucción.
Kil'jaeden el Impostor fue
elegido para reclutar a las razas más oscuras del universo y alistarlas en las
filas de Sargeras. El segundo Campeón, Archimonde el Rapiñador, fue elegido
para dirigir los vastos ejércitos de Sargeras en la lucha contra todo el que se
resistiera a la voluntad del titán.
La primera medida de Kil'jaeden
fue esclavizar a los vampíricos señores del terror bajo su terrible poder. Los
señores del terror actuaban como agentes personales del titán por todo el universo,
eligiendo para su maestro razas primitivas susceptibles de ser corrompidas y
doblegadas. El primer señor del terror era Tichondrius el Ensombrecedor.
Tichondrius era el Soldado perfecto de Kil'jaeden y accedió a propagar el mal
abrasador de Sargeras por todos los rincones oscuros del universo.
Archimonde también otorgó poderes
a sus propios agentes. Congregando a los malvados señores del infierno y a su
bárbaro líder Mannoroth el Destructor, Archimonde preparó una élite de guerra
capaz de exterminar todo rastro de vida de la creación.
Cuando Sargeras vio que tenía un
ejército poderoso y listo para seguir todas sus órdenes, lo hizo rastrear todos
los rincones de la Gran Oscuridad. Llamó a su ejército la Legión Ardiente.
Hasta el momento, no se sabe cuántos planetas han sido exterminados por este
ejército en su nefasta Cruzada Ardiente por todo el universo.
Los dioses antiguos y el orden de Azeroth
Ignorando la misión de Sargeras
de deshacer sus incontables trabajos, los titanes siguieron moviéndose de mundo
a mundo, dando forma y poniendo orden en cada uno como creían adecuado. A lo
largo de su viaje se encontraron con un pequeño mundo al que sus habitantes
llamarían, más adelante, Azeroth. Mientras los titanes se abrían paso por su
paisaje primordial, se encontraron con un número de seres elementales hostiles.
Estos elementales, que adoraban a una raza de seres infinitamente malvados
conocidos como los dioses antiguos, juraron hacer retroceder a los titanes y
mantener a su mundo libre del toque metálico de los invasores. El Panteón,
preocupado por la inclinación hacia el mal de los dioses antiguos, luchó contra
los elementales y sus oscuros amos. Los ejércitos de los dioses antiguos
estaban liderados por los tenientes más poderosos de los elementales: Ragnaros
el Señor de Fuego, Therazane la Madre Pétrea, Al'Akir el Señor del Viento y
Neptulon el Cazamareas. Sus caóticas fuerzas se alzaron sobre la superficie del
mundo y chocaron con los colosales titanes. Aunque los elementales eran
poderosos más allá de la comprensión mortal, sus fuerzas combinadas no podían
detener a los poderosos titanes. Uno a uno, los señores elementales fueron
cayendo y sus fuerzas se dispersaron.
El Panteón destrozó las
ciudadelas de los antiguos dioses y encadenó a los cinco malvados dioses bajo
la superficie del mundo. Sin el poder de los dioses antiguos para mantener sus
fogosos espíritus vinculados al mundo físico, los elementales fueron expulsados
a un plano abisal, donde deberían luchar unos contra otros por toda la
eternidad. Con la salida de los elementales, la naturaleza se calmó y el mundo
se dirigía hacia una pacífica armonía. Los titanes vieron que se había
contenido la amenaza y comenzaron a trabajar.
Otorgaron fuerzas a varias razas
para ayudarlas a dar forma al mundo. Para ayudarlos a excavar las insondables cavernas
bajo la tierra, crearon a los terráneos, parecidos a los enanos, a partir de
piedra viviente mágica. Para asistirlos a drenar los mares y elevar la tierra
del fondo marino, crearon a los inmensos pero amables gigantes marinos. Los
titanes durante muchos años movieron y dieron forma al mundo, hasta que al fin
quedó un continente perfecto. En su centro, crearon un lago de centelleantes
energías. El lago, al que llamaron Pozo de la Eternidad, estaba destinado a ser
la fuente de la vida en el mundo. Sus poderosas energías alimentarían los
huesos del mundo y darían energía a la vida para que echase raíces en el rico
suelo de la tierra. Con el paso del tiempo, plantas, árboles, monstruos y
criaturas de todo tipo comenzaron a prosperar en el primordial continente.
Cuando cayó el ocaso del último día de su labor, los titanes llamaron al
continente Kalimdor: "tierra de eterna luz de las estrellas".
Encomienda a los Vuelos
Satisfechos de que el pequeño
mundo hubiera sido ordenado y su trabajo completado, los Titanes se prepararon
para marcharse de Azeroth. Sin embargo, antes de marcharse, encomendaron a las
mayores especies del mundo, la tarea de vigilar Kalimdor por si cualquier fuerza
amenazaba su tranquilidad perfecto. En esa época había muchos vuelos, pero ya
había cinco que dominaban a los demás. Fue a estos cinco a los que los titanes
encargaron la tarea de ser los pastores del floreciente mundo. Los miembros
superiores del Panteón imbuyeron con una porción de su poder a cada uno de los
líderes de los vuelos. Estos majestuosos dragones (como se describen más abajo)
se llegarían a conocer como los Grandes Aspectos o los Aspectos Dragones.
Aman'Thul, el Alto Padre del Panteón, entregó una porción de su poder cósmico
al enorme dragón de bronce, Nozdormu, lo hizo para que protegiera el propio
tiempo y vigilase el siempre cambiante curso del futuro y el destino. Y así, El
estoico y honorable Nozdormu empezó a ser conocido como el Atemporal. Eonar, la
Titán patrona de toda clase de vida, le dio una porción de su poder a
Alexstrasza la leviatán Roja. A partir de entonces, sería conocida como la
Protectora y se dedicaría a salvaguardar a todas las criaturas vivas del mundo.
Debido a su sabiduría suprema e ilimitada compasión por todas las cosas vivas,
Alexstrasza fue coronada la Reina de los Dragones y obtuvo el mando sobre su
raza. Eonar también bendijo a la hermana menor de Alexstrasza, la ágil dragona
verde Ysera, con una porción de influencia natural. Ysera cayó en un trance
eterno, vinculada al recién nacido Sueño de la Creación. Conocida como la
Soñadora, vigilaría la creciente espesura del mundo desde su frondoso reino, el
Sueño Esmeralda. Norgannon, el guardián del saber titán y maestro de la magia,
le concedió al dragón azul Malygos una parte de su enorme poder. Desde
entonces, se lo conocería como el Tejechizos, el guardián de la magia y los
arcanos ocultos. Khaz'goroth, el titán que daba forma y forjaba el mundo, le
otorgó parte de su amplio poder al poderoso wyrm negro Neltharion. A Neltharion,
conocido a partir de entonces como el Guardián de la Tierra, se le dio dominio
sobre la tierra y los lugares profundos del mundo. Representaba la fuerza del
mundo y era el mayor seguidor de Alexstrasza. Habiendo recibido tal poder, a
los Cinco Aspectos se les encomendó la misión de defender al mundo en la
ausencia de los titanes. Con los dragones preparados para salvaguardar su
creación, los titanes dejaron Azeroth para siempre. Por desgracia, solo era
cuestión de tiempo el que Sargeras descubriera la existencia de este mundo
recién nacido...
El despertar del mundo y el Pozo de la Eternidad
Diez mil años antes de que los
orcos y los humanos se enfrentasen en la Primera Guerra, el mundo de Azeroth
estaba formado por un único y enorme continente, rodeado por el mar. Esta masa
de tierra, conocida como Kalimdor, era el hogar de numerosas y dispares razas y
criaturas, todas compitiendo por sobrevivir a los salvajes elementos del mundo
que despertaba. En el centro del oscuro continente había un misterioso lago de
incandescentes energías. El lago, que más adelante sería llamado el Pozo de la
Eternidad, era el verdadero corazón de la magia y poder natural del mundo.
Absorbiendo sus energías de la Gran Oscuridad infinita de más allá del mundo,
el Pozo actuaba como una fuente mística, enviando sus potentes energías a todo
el mundo para nutrir con vida en todas sus maravillosas formas. Con el tiempo,
una tribu primitiva de humanoides nocturnos se abrió paso con cautela hasta las
costas del fascinante lago encantado. Los salvajes humanoides nómadas, atraídos
por las extrañas energías del Pozo, construyeron casas primitivas cerca de sus
tranquilas costas. Con el paso del tiempo, el poder cósmico del Pozo les
afectó, haciéndolos más fuertes, sabios y virtualmente inmortales. La tribu
adoptó el nombre de Kaldorei, que quiere decir "hijos de las
estrellas" en su lengua nativa. Para celebrar el nacimiento de su ciudad,
construyeron grandes estructuras y templos alrededor de la periferia del lago.
Los Kaldorei, o elfos de la
noche, como serían conocidos más tarde, adoraban a la diosa de la luna Elune y
creían que durante las horas diurnas, dormía en las brillantes profundidades
del Pozo. Los primeros sacerdotes y profetas elfos de la noche estudiaron el
Pozo con una curiosidad insaciable, con la intención de comprender por completo
todos sus secretos y poder. A medida que su sociedad crecía, exploraban la
amplitud de Kalimdor y se encontraron con sus otros habitantes. Las únicas
criaturas que les hicieron parar fueron los antiguos y poderosos dragones. Las
grandes bestias serpentinas solían ser solitarias, pero hicieron mucho para salvaguardar
las tierras conocidas de amenazas potenciales. Los elfos de la noche
descubrieron que los dragones se tenían a sí mismos como los protectores del
mundo y estuvieron de acuerdo en que lo mejor era dejarlos a ellos, y a sus
secretos, tranquilos.
Con el paso del tiempo, la
curiosidad de los elfos de la noche los llevó a conocer y trabar amistad con
varias entidades poderosas, y una de ellas era Cenarius, un poderoso semidiós
de las tierras boscosas primordiales. El generoso Cenarius se encariñó con los
inquisitivos elfos de la noche y pasó mucho tiempo enseñándoles cosas sobre el
mundo natural. Los tranquilos Kaldorei desarrollaron una fuerte empatía hacia
los bosques vivientes de Kalimdor y se deleitaban con el armonioso equilibrio
de la naturaleza.
A medida que iban pasando los
aparentemente interminables años, la civilización de los elfos de la noche se
expandía, tanto territorial como culturalmente. Sus templos, caminos y asentamientos
se extendían por todo el continente oscuro. Azshara, la hermosa y dotada reina
de los elfos de la noche, construyó un enorme y maravilloso palacio en la
orilla del Pozo, y dentro de sus enjoyados salones vivían sus sirvientes
predilectos. Sus sirvientes, a los que llamaba los Quel'dorei o
"altonatos", obedecían todas sus ordenes y se creían superiores al
resto de su raza. Aunque la reina Azshara era apreciada por igual por todo su
pueblo, el resto de elfos de la noche envidiaba y despreciaba en secreto a los
altonatos.
Compartiendo la curiosidad de los
sacerdotes hacia el Pozo de la Eternidad, Azshara ordenó a los altonatos que
descubrieran todos sus secretos y revelasen su verdadero propósito en el mundo.
Ellos se encerraron en su trabajo y estudiaron el Pozo sin cesar. Con el
tiempo, desarrollaron la facultad de manipular y controlar las energías
cósmicas del Pozo. A medida que sus experimentos progresaban, los altonatos
descubrieron que podían usar sus poderes recién descubiertos para crear o
destruir según su voluntad. Los incautos altonatos se habían topado con la
magia primitiva y estaban decididos a dedicarse a dominarla. Aunque estaban de
acuerdo en que la magia era inherentemente peligrosa si se usaba de forma
irresponsable, Azshara y sus altonatos comenzaron a practicar su hechicería con
un temerario abandono. Cenarius y muchos ancianos sabios elfos de la noche les
advirtieron de que jugar con las claramente volátiles artes de la magia solo
daría como resultado calamidades. Pero incluso entonces, Azshara y sus seguidores
siguieron expandiendo tercamente sus florecientes poderes.
A medida que éstos crecían,
comenzó a producirse un cambio evidente en Azshara y los altonatos. La arrogante
y distante clase alta fue volviéndose cada vez más insensible y cruel hacia sus
compañeros elfos de la noche. Un oscuro y profundo paño cubrió la antigua
belleza cegadora de Azshara. Comenzó a apartarse de sus amados súbditos y se
negó a tratar con aquellos que no fueran sus sacerdotes altonatos de confianza.
Un joven erudito, llamado
Malfurion Tempestira, que había pasado gran parte de su tiempo estudiando las
primitivas artes de los druidas, comenzó a sospechar que un terrible poder estaba
corrompiendo a los altonatos y a su amada reina. Aunque no podía saber el mal
que estaba por llegar, era consciente de que los elfos de la noche pronto
cambiarían para siempre...
La guerra de los Ancestros
En torno a 10.000 años antes de
que tuviera lugar la Primera Guerra de Azeroth entre humanos y orcos, el mundo
de Azeroth sólo constaba de un continente, Kalimdor. En el centro de Kalimdor
existía un lago repleto de energías incandescentes, este era el Pozo de la
Eternidad, una fuente de magia proveniente de más allá de los confines del
mundo. El pozo era una fuente de vida.Con el paso del tiempo unos humanoides
nocturnos descubrieron el lago, construyeron allí sus casas y con el tiempo el
poder del lago les afectó, volviéndoles inteligentes e inmortales. Estos seres
se hicieron llamar Kaldorei. Los Kaldorei o elfos nocturnos, como se les
llamaría más adelante, adoraban a la diosa Elune, diosa lunar que, creían,
dormía en el fondo del lago durante el día.
Azshara ordenó a los Altonatos
estudiar concienzudamente las energías del Pozo y estos empezaron a desentrañar
las energías místicas del pozo, igual que lo hacían los eruditos. Conforme
descubrían más poder, podían crear y destruir a su antojo. Con el tiempo
empezaron a abusar del uso de la magia, y fueron advertidos por Cenarius de que
esto sólo traería problemas, pero sus consejos fueron en vano. Con el tiempo,
Azshara y los Altonatos se fueron distanciando de sus hermanos Kaldorei, y una
extraña palidez cubrió sus rostros. Malfurion Tempestira (Malfurion Stormrage),
un joven erudito y druida aprendiz de Cenarius, percibió que una influencia
mágica los había corrompido, y a pesar de que no pudo identificar el origen de
este mal, supo que lo cambiaría todo.
La llegada de Sargeras

Sargeras se dirigió hacia Azeroth
junto a su Legión de Fuego, formada por millones de caóticos demonios
provenientes de todos los confines del Vacio Abisal. Archimonde y Mannoroth prepararon
sus guerreros demoníacos y atacaron.
Azshara, atraída por el poder mágico de Sargeras, le abrió las puertas a su
mundo y los Altonatos, corruptos por la magia arcana lo convirtieron en su
Supremo Dios.Para demostrar su lealtad, Azshara y los Quel'dorei abrieron un
Portal Mágico en el Pozo de la Eternidad. Cuando todo estuvo listo, El Poderoso Sargeras comenzó la invasión
sobre Azeroth. La Legión Ardiente arrasó con los poblados de los Kaldorei, los
demonios invocaron a los Infernales, gigantes de roca negra y llamas verdes que
alcanzaron las tierras de Kalimdor como meteoros. Los demonios avanzaron sin
excesivos problemas y los elfos nocturnos, aunque defendieron su territorio, se
vieron obligados a retroceder ante la Legión Ardiente.
La ayuda de los Ancestros


La planificación del ataque al Templo
de Azshara

La gran destrucción del Pozo de la
Eternidad en Kalimdor

Un nuevo mundo – Azeroth
La
Sacerdotisa Tyrande y Malfurion fueron rescatados por El Semidios Cenarius. Ambos
guiaron a los elfos nocturnos restantes hacia nuevas tierras para construir un
nuevo hogar. Sargeras y la Legión de Fuego, habían sido desterrados por el
colapso del Pozo, pero el precio fue terrible. Los elfos nocturnos se dieron
cuenta de que habían sobrevivido bastantes Quel'dorei, que se unieron a los
elfos nocturnos para buscar un nuevo hogar. Aunque Malfurion no confiaba en
ellos, sabía que sin el Pozo no podrían dominar su magia arcana, por lo que no
eran una amenaza.
Muchos se alegraron cuando
descubrieron que el monte Hyjal y el bosque de Vallefresno (Ashenvale), el
hogar de Cenarius considerado como sagrado, había sobrevivido. Buscando un
nuevo hogar, Malfurion y los Kal'dorei subieron la montaña y al llegar al
valle, encontraron un lago. Uno de los Quel'dorei se lanzó sobre las aguas del
lago con gran excitación. Con horror para todos los demás, las aguas del lago
rebosaban energía mágica..
El Diluvio del mundo
Sabiendo que, la destrucción del
Pozo le impediría volver a usar la magia, Illidan, empujado por su egoísmo,
abandonó al grupo y se dirigió a avisar a los altonatos del plan de Malfurion.
Debido a la locura en la que había caído por su adicción y el agudo
resentimiento hacia la relación de su hermano con Tyrande, Illidan no sintió
remordimiento alguno por traicionar a éste y unirse a Azshara y sus seguidores.
Illidan había jurado, por encima de todo, proteger el poder del Pozo por
cualquier medio necesario.
Destrozado por la partida de su
hermano, Malfurion llevó a sus compañeros al corazón del templo de Azshara.
Pero cuando asaltaron la sala de audiencias principal, descubrieron a los
altonatos en la mitad de su oscura invocación final. El hechizo comunal creaba
un vórtice inestable de poder dentro de las turbulentas profundidades del Pozo.
Mientras la ominosa sombra de
Sargeras se acercaba más y más a la superficie, Malfurion y sus aliados se
apresuraron a atacar. Azshara, al haber recibido el aviso de Illidan, estaba
más que preparada para ellos. Casi todos los seguidores de Malfurion cayeron
ante el poder de la reina furiosa. Tyrande, intentando atacar a Azshara por
detrás, fue cogida desprevenida por los guardias altonatos de la reina. Aunque
lo eliminó, sufrió graves heridas a sus manos.
Cuando Malfurion vio caer a su
amada, entró en una rabia asesina y se decidió a acabar con la vida de Azshara.
Mientras la batalla rugía tanto dentro como fuera del templo, Illidan apareció
de entre las sombras cerca de las orillas del gran Pozo. Creando una serie de
viales especialmente diseñados, Illidan se arrodilló y llenó cada uno con las
brillantes aguas del Pozo. Seguro de que los demonios aplastarían a la
civilización de los elfos de la noche, planeaba robar las aguas sagradas y
quedarse sus energías para sí mismo. La batalla que tenía lugar entre Malfurion
y Azshara hizo que todo el cuidadoso trabajo de los altonatos en su conjuro se
volviera caótico.
El vórtice inestable de las
profundidades del Pozo explotó y desató una catastrófica cadena de sucesos que
destrozarían al mundo para siempre. La descomunal explosión hizo temblar el
templo hasta los cimientos y creó una serie de terribles terremotos que
desgarraron la tierra. A medida que la horrible batalla entre la Legión y los
aliados de los elfos de la noche continuaba alrededor y por encima de la
capital en ruinas, el Pozo de la Eternidad se derrumbaba sobre sí mismo hasta
colapsarse. La catastrófica explosión resultante destrozó la tierra y borró los
cielos.
Mientras los movimientos sísmicos
de la implosión del Pozo estremecían los cimientos del mundo, los mares se
apresuraron a rellenar la herida que había quedado en la tierra. Cerca del
ochenta por ciento de la masa de Kalimdor había sido destruida, dejando solo un
puñado de continentes separados rodeando al nuevo y furioso mar.
En el centro del nuevo mar, donde
se alzó el Pozo de la Eternidad, había una tumultuosa tormenta de furia
oceánica y energías caóticas. Esta terrible herida, conocida como la Vorágine,
nunca cesa en su furioso girar. Se convertiría en un recordatorio constante de
la terrible catástrofe... y de la utópica era que se había perdido para
siempre.
De alguna forma, y contra toda
posibilidad, la reina Azshara y su élite de altonatos lograron sobrevivir a
tamaña ordalía. Torturados y retorcidos por los poderes que habían liberado, fueron
arrastrados bajo las aguas por la implosión del Pozo. Malditos, transformados,
adoptaron nuevas formas y se convirtieron en los odiosos y serpentinos naga.
La propia Azshara se expandió con
el odio y la rabia, convirtiéndose en una enorme monstruosidad, que reflejaba
la locura y la malicia que siempre habían estado ocultas en su corazón. Allí,
en las profundidades de la Vorágine, los naga construyeron su nueva ciudad,
Nazjatar, desde la que reconstruirían su poder. Pasarían diez mil años antes de
que mostrasen su existencia al mundo de la superficie.
El Monte Hyjal y el obsequio de Illidan
En la nueva costa del destruido
continente, dos cuerpos yacen inconscientes sobre la arena. Tyrande lentamente
despierta, aún aturdida por la terrible explosión del Pozo de la Eternidad.
Sobresaltada por la imagen de la muerte de su amado, se abalanza sobre el
cuerpo de Malfurion quien, agotado por la lucha, se halla a su lado. Por la gracia
de Elune habían sido salvados de la hecatombre. Sobre uno de los riscos de la
costa, el semidios Cenarius le sonreía a la sorprendida sacerdotisa, quien aún
no comprendía que su poderoso amigo les había rescatado de una muerte segura.
Los pocos elfos nocturnos que
habían sobrevivido a la horrible explosión se habían reunido cerca de la costa.
Los agotados héroes decidieron guiar a sus compañeros sobrevivientes para
establecer un nuevo hogar para su pueblo. Aunque Sargeras y la Legión habían
sido desterrados del mundo por la destrucción del Pozo, Malfurion y los suyos
observaron el terrible costo de la victoria.
Entonces se dieron cuenta de que
muchos de los Bien Nacidos habían sobrevivido al cataclismo. Ellos hicieron su
camino por las riberas de la nueva tierra con los otros elfos nocturnos. Aunque
Malfurion desconfiaba de las motivaciones de los Bien Nacidos, estaba seguro de
que no serían una amenaza sin las energías del Pozo.
Para alegría de los elfos
nocturnos, descubrieron que la montaña sagrada, Hyjal, había sobrevivido a la
catástrofe. Buscando establecer un nuevo hogar para ellos mismos, Malfurion y
los elfos nocturnos escalaron las faldas de Hyjal, hasta el valle allende el
monte. Al descender al valle, entre los enormes picos de la montaña,
encontraron un pequeño y tranquilo lago. En ese momento, uno de los Bien
Nacidos se lanzó sobre las aguas con alegría indescriptible. Para horror de
todos, las aguas del lago rebozaban de magia.
Illidan, que había sobrevivido al
Ocaso, había llegado a Hyjal mucho antes que Malfurion y los elfos. En su
locura por mantener fluyendo la magia en el mundo, Illidan había vaciado sus
frascos con las preciosas aguas del Pozo de la Eternidad, en el lago de la
montaña. Las potentes energías del agua rápidamente había formado un nuevo Pozo
de la Eternidad. El exultante Illidan, creyendo que su nuevo Pozo era una
ofrenda para las futuras generaciones, se vio contrariado cuando Malfurion le
lanzó sobre el suelo. Malfurion le dijo a su hermano que la magia era innatamente
caótica y que su uso inevitablemente llevaría a la corrupción y el sufrimiento.
Sin embargo, Illidan se negó a abandonar sus poderes mágicos, y una vez más, el
conflicto surgió entre los gemelos.
Sabiendo que la tendencia de
Illidan a irrespetar los esquemas lo llevaría a romper las reglas, Malfurion
decidió acabar de una vez por todas con la locura de poder de su hermano. Con
la ayuda de Cenarius, Malfurion encerró a Illidan en una basta prisión bajo la
superficie, las Tálamos Profundos, donde su apetito de poder se consumiría
hasta el final de los tiempos. Para asegurar la prisión de su hermano,
Malfurion encargó a una joven Guardiana, Maiev Shadowsong, para ser la
carcelera personal de Illidan. Cenarius, a su vez, encomendó a uno de sus
hijos, Califax el Guardián del Bosque, de asistir a la Guardiana en la custodia
de Illidan durante las edades por venir.
Considerando que la destrucción
del nuevo Pozo podría provocar una nueva catástrofe, los elfos nocturnos
resolvieron no tocarlo. Sin embargo, Malfurion declaró que nadie volvería nunca
a practicar de nuevo las artes mágicas. Bajo el ojo vigilante de Cenarius, los
elfos comenzaron a estudiar las antiguas artes del druidismo con el propósito
de sanar la tierra y hacer crecer de nuevo sus amados bosques en las faldas del
monte Hyjal.
El Árbol del Mundo y el Sueño Esmeralda
9000 años antes de la Primera
Guerra
Durante muchos años, los elfos de
la noche trabajaron sin descanso para reconstruir lo que pudieron de su antigua
tierra natal. Dejando que la foresta cubriera sus templos rotos y sus caminos,
construyeron sus nuevos hogares entre los verdes árboles y sombrías colinas de
la falda de Hyjal. Con el tiempo, los dragones que habían sobrevivido al gran
Diluvio emergieron de sus moradas secretas.
Alexstrasza la roja, Ysera la
verde y Nozdormu el broncíneo descendieron sobre los tranquilos claros de los
druidas y observaron los frutos del trabajo de los elfos de la noche.
Malfurion, que se había convertido en un archidruida de inmenso poder, dio la bienvenida
a los poderosos dragones y les habló sobre la creación del nuevo Pozo de la
Eternidad. Éstos se alarmaron al escuchar las oscuras noticias que especulaban
con la idea de que mientras hubiera un Pozo, la Legión podría volver un día y
asaltar al mundo de nuevo. Malfurion y los tres dragones hicieron un pacto:
mantener a salvo al Pozo y asegurarse de que los agentes de la Legión Ardiente
nunca encontrasen su camino de vuelta al mundo.
Alexstrasza, la Protectora,
colocó una bellota encantada en el corazón del Pozo de la Eternidad. La
bellota, activada por las poderosas aguas mágicas, brotó hasta ser un árbol
colosal. Las fuertes raíces del árbol crecieron en las aguas del Pozo y su copa
parecía llegar hasta el techo del cielo. El inmenso árbol sería un símbolo
eterno del lazo de los elfos de la noche con la naturaleza y con el paso del
tiempo sus energías vitales se expandirían y acabarían curando al resto del
mundo. Los elfos de la noche llamaron a su Árbol del Mundo Nordrassil, que
significa "la corona de los cielos" en su idioma.
Nozdormu, el Atemporal, colocó un
encantamiento en el Árbol del Mundo para asegurarse de que mientras el árbol
siguiera en pie, los elfos de la noche no envejecerían ni caerían presa de la
enfermedad o la debilidad.
Ysera, la Soñadora, también
encantó el Árbol del Mundo, uniéndolo con su propio reino, la dimensión etérea
conocida como el Sueño Esmeralda. El Sueño Esmeralda, un mundo enorme y en
constante cambio, existe fuera de los límites del mundo físico. Desde el Sueño,
Ysera regulaba el flujo de la naturaleza y el camino evolutivo del mundo. Los
druidas elfos de la noche, incluido el propio Malfurion, estaban unidos al
Sueño mediante el Árbol del Mundo. Como parte del pacto místico, los druidas
aceptaron dormir durante siglos seguidos, para que sus espíritus pudieran vagar
por las infinitas sendas de los sueños de Ysera. Aunque los druidas estaban
apenados por la idea de perder tantos años de su vida hibernando, aceptaron
desinteresadamente cumplir el trato con Ysera.
El exilio de los elfos nobles
A medida que pasaban los siglos,
la nueva sociedad de los elfos de la noche se fortaleció y expandió a lo largo
del floreciente bosque al que llamarían Vallefresno. Muchas de las criaturas y
especies que abundaban antes del Gran Diluvio, como los fúrbolgs y los
jabaespines, reaparecieron y repoblaron la tierra. Bajo el benevolente
liderazgo de los druidas, los elfos de la noche disfrutaron de una era de paz y
tranquilidad sin precedente bajo la estrellas.
Sin embargo, muchos de los
altonatos supervivientes comenzaron a inquietarse. Al igual que Illidan antes
que ellos, cayeron víctimas del abandono por la pérdida de sus poderes mágicos.
Se vieron tentados a utilizar las energías del Pozo de la Eternidad y
regocijarse con sus prácticas mágicas. Dath'Remar, el impetuoso y franco líder
de los altonatos, comenzó a mofarse de los druidas públicamente, llamándolos
cobardes por negarse a usar la magia, que según decía, era suya por derecho.
Malfurion y los druidas rechazaron sus argumentos y les advirtieron a los altonatos
que cualquier uso de la magia podría penarse con la muerte. En un intento insolente
y destinado al fracaso de convencer a los druidas de derogar su ley, Dath'Remar
y sus seguidores liberaron una terrible tormenta mágica sobre Vallefresno.
Los druidas no se atrevieron a
ejecutar a tantos de su raza, por lo que decidieron exiliarlos de sus tierras.
Dath'Remar y sus seguidores, encantados de librarse al fin de sus conservadores
primos, subieron a bordo de varias naves especialmente diseñadas e izaron velas
hacia el mar. Aunque ninguno sabía qué les esperaba más allá de las aguas de la
Vorágine, estaban ansiosos por crear su propia nación, donde podrían practicar
la magia con impunidad. Los altonatos, o Quel'dorei, como Azshara los había
bautizado en el pasado, acabaron llegando a la costa de la tierra oriental que
los hombres llamarían Lordaeron. Planeaban construir su propio reino mágico,
Quel'Thalas y rechazaron los preceptos de los elfos de la noche de adoración
lunar y actividad nocturna. A partir de entonces, y para siempre, abrazarían el
sol y se les conocería únicamente como elfos nobles.
Las Centinelas y la gran vigilia
Con la marcha de sus descarriados
primos, los elfos de la noche dirigieron su atención de vuelta a la protección
de su encantada tierra natal. Los druidas, sintiendo que su tiempo de hibernación
se acercaba, se prepararon para dormir y dejar a sus seres queridos y familias
atrás. Tyrande, que se había convertido en la suma sacerdotisa de Elune, le
pidió a su amado, Malfurion, que no la abandonase por el Sueño Esmeralda de
Ysera. Pero éste, obligado por su honor a entrar en las cambiantes sendas del
sueño, se despidió de la sacerdotisa y le juró que nunca estarían separados
mientras fueran fieles a su amor. Quedándose sola para proteger Kalimdor de los
peligros del nuevo mundo, Tyrande reunió a una poderosa fuerza de combate de
entre sus hermanas elfas de la noche. Estas altamente entrenadas y valientes
mujeres guerreras, que se dedicaban a la defensa de Kalimdor serían conocidas
como las Centinelas. Aunque preferían patrullar los sombríos bosques de
Vallefresno por sí solas, tenían muchos aliados a los que podían acudir en
tiempos de necesidad. El semidiós Cenarius estaba cerca, en los Claros de la
Luna del Monte Hyjal. Sus hijos, conocidos como los Guardianes de la Arboleda,
vigilaban de cerca a los elfos de la noche y a menudo ayudaban a las Centinelas
a mantener la paz. Incluso las dríades, las tímidas hijas de Cenarius,
aparecían con creciente frecuencia. La tarea de vigilar Vallefresno mantuvo
ocupada a Tyrande, pero sin Malfurion a su lado, conoció poca alegría. Mientras
los largos siglos pasaban y los druidas dormían, sus temores a una segunda
invasión demoníaca crecían. No podía quitarse de encima la sensación de que la
Legión Ardiente podía estar todavía ahí fuera, más allá de la Gran Oscuridad
del cielo, planeando su venganza con los elfos de la noche y el mundo de
Azeroth.
Fuente: http://es.worldofwarcraft.wikia.com/wiki/Historia_de_Warcraft
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